Análisis de The Legend of Zelda: Breath of the Wild

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Versión analizada en Wii U. Copia digital proporcionada por Nintendo.

Ocurre pocas veces, pero ocurre. Se sabe porque te da un pálpito, un escalofrío que recorre tu espalda y que te confirma de que estás ante algo grande. Algo que va a cambiar tu vida. Hablamos de cosas trascendentales, importantes de verdad, como que nos den el primer beso, que cancelen una serie de Joss Whedon o jugar a Zelda: Breath of the Wild. Ya nada será lo mismo, lo sabemos, pero nosotros vamos a seguir nuestras vidas como si nada hubiera pasado. Sí, hemos cambiado. No somos los mismos. Pero con eso deberemos convivir el resto de nuestras vidas. Zelda: Breath of the Wild ha tardado lo indecible, entre las ansias y los retrasos, la espera ha sido traumática, pero por fin tenemos la última entrega de la conocida serie de Nintendo tanto para Wii U como para la flamante Switch. Aquí vamos a hablar del juego en su versión de Wii U, es la consola base en la que se ha desarrollado y el juego va a servir de punto y final a su corta pero fructífera trayectoria. Al fin y al cabo, ambos juegos son pprácticamente iguales, pero para conocer las novedades de la versión de Switch, solamente tienes que acceder mediante este enlace.

“Abre los ojos”, nos susurra la princesa al oído, como haría Penélope Cruz a Eduardo Noriega en aquella película de Amenábar. Nada más despertamos, sentimos el líquido que nos ha servido de bálsamo durante los cien años que ha durado nuestro descanso. De nuevo esa voz en nuestra cabeza retumba para que no perdamos tiempo, necesitaremos la piedra Sheikah con la que compartimos estancia para iniciar nuestra odisea. Ella será el retablo en el que se grabarán nuestras hazañas, el mapa que nos enseñará el camino y la llave que nos abrirá las puertas hacia la aventura. Una vez nos hayamos vestido con los ropajes encontrados, la fría cueva abrirá ante nosotros un mundo de fantasía y color sin parangón. Apenas sin tiempo a sobreponernos, habremos activado las torres Sheikah con nuestra piedra especial, solamente como preámbulo de lo que nos espera. La entidad malvada conocida como Ganon está a punto de romper su cautiverio que dura más de un siglo en las profundidades del castillo que se eleva majestuoso delante de nuestros ojos. Somos, una vez más, los elegidos de impedir que el malévolo demonio asole la tierra que pisamos, un lugar en el que todo es posible, un sitio en el que las praderas están hechas para galopar a lomos de un corcel, en el que los enemigos resultan tan peligrosos como entrañables, en el que el horizonte siempre muestra un nuevo lugar en el que perderse. Hablamos de Hyrule, la tierra de los sueños. Lugar en el comienza nuestra aventura.

Poco a poco entraremos en la dinámica que nos propone este Breath of the Wild, con la presencia de ancianos y monjes Sheikah que nos ayudarán en nuestro cometidos, intrincados santuarios en los que deberemos perdernos, con sus orbes, las deidades y las nuevas funcionalidades que soportará nuestra querida piedra multitarea, sospechosamente parecida a una Switch o a un Gamepad, pero sin los consabidos problemas de autonomía. La sensación de aventura se multiplica por las dimensiones del entorno y por esa libertad camuflada que tienen los juegos de estructura abierta. La gracia no está en la libertad, está en que nosotros creamos que no nos llevan de la manita a cada momento y que durante ese camino, tengamos tareas secundarias de sobra para entretenernos. Breath of the Wild supera con nota esa reválida y nos coloca en la entrega de la serie más épica y grande de cuantas ha creado la compañía nipona.

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The Legend of Zelda: Breath of the Wild