Análisis de Song of Horror

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En los tenebrosos y extrañamente placenteros dominios del terror artístico hay, sin duda, un subgénero que tiene algo especial y evocador: el de las casas encantadas. Probablemente sea por su innegable encanto romántico, con esos melancólicamente bellos, atávicos y tétricos caserones coloniales, repletos de lóbregos retratos y espejos de cristales nebulosos y danzantes, o bien por la presencia de maldiciones indecibles que surcan y remontan las mareas del linaje, atormentando generaciones enteras con los pecados de padres remotos. También, claro está, por la excelsa profusión de obras cinematográficas de gran calibre, como la legendaria

El Resplandor

(1980), o el clásico de Clayton,

Suspense

(1961), o la triste y maravillosa

Los otros

(2001), acaso una de las mejores películas españolas de las últimas décadas. Y es que el

survival horror

, ese género de videojuego que aspira a atemorizarnos en las veladas inquietas, siempre ha destacado por esta búsqueda de inspiraciones sutiles y muy caseras; véase, por ejemplo, el sensacional

Resident Evil

original, o la franquicia no tan conocida

Project Zero

. Aquí se enmarca

Song of Horror

, un título patrio de terror que se vale del escenario, de las maldiciones y del horror más psicológico y espectral para perfilar una experiencia tan atmosférica como implacable.

La maldición de la mansión Husher

A nivel argumental, Song of Horror gira alrededor de una antigua caja de música, de aspecto victoriano, cuya melodía desata la locura y el horror, primero con una serie de escabrosas pesadillas, luego con la paranoia, la tensión y el insomnio, y finalmente con la posesión, la desaparición y la penumbra más absoluta de una presencia sobrenatural y maligna. Es el eje de la trama porque, a fin de cuentas, tanto la mansión colonial del primer episodio como la tienda de antigüedades del segundo no son más que aciagos escenarios para la claustrofóbica puesta en escena de un título que construye gran parte de sus virtudes alrededor de lo antiguo, de lo ignoto, de los extraños objetos de coleccionista. Así es como, en efecto, se origina todo: con una caja de música que llega a Sebastian Husher, afamado escritor de novela histórica, apasionado de objetos perdidos y, por supuesto, el mayor autor de la editorial en la que trabaja Daniel, un hombre de mediana edad, con pasado neblinoso de ex alcohólico y probablemente el que ostenta el papel más distinguido de la aventura, tanto por sus múltiples implicaciones como por su continuidad a lo largo de los distintos episodios que componen el título.

La historia arranca con la desaparición de Sebastian Husher, y a partir de ahí se hilvanan los trasfondos de los personajes y el destino de ese extraño objeto maldito.

De igual modo, es cierto que hay otros personajes de elevada relevancia, como Sophie, ex mujer de Daniel y señora elegante y sosegada donde las haya, pero la mayoría son secundarios que permanecen ligados a la estructura capitular y por tanto no parecen tener conexión directa con el devenir de la trama más allá de sus trasfondos iniciales. Está claro que la narrativa funciona, aunque más por sus inspiraciones y estéticas que por las vicisitudes de los protagonistas o por sus profundidades psicológicas, pero a veces también peca de ser un poco típica, un eco de un terror que ya hemos contemplado multitud de veces en otros productos culturales. En este sentido, el plantel de personajes funciona más o menos como una serie de herramientas jugables; “oportunidades extra”, si se quiere ver así, relativamente necesarias dada la exigencia de un desarrollo que en ocasiones se deleita en su propia implacabilidad. Es innegable que la dificultad es una de las grandes cartas de presentación de la fórmula, junto con ese maravilloso teatro de cámaras fijas y planos cambiantes, y, a pesar de que

a priori

ayuda a construir una atmósfera opresiva e intensa, al final termina varando en las costas de lo premeditado o lo frustrante.

Esto se debe a que la estructura jugable de Song of Horror se cimenta en los paseos, en los ejercicios de descubrimiento, y, por supuesto, en la resolución de múltiples y consecutivos rompecabezas cuya dificultad va en constante aumento; esta sucesión de problemas insta a deambular por aquellos tétricos pasillos en busca de la última pieza de un puzle, o de una llave escondida y necesaria, lo que termina llevando, de manera casi ineludible, a la improvisación y al método de ensayo-error. No obstante, lo nuevo de Protocol Games castiga gravemente las temeridades, las imprudencias, y a veces incluso la mera curiosidad o la lógica, por lo que el autoguardado y la muerte permanente de los personajes a veces se presentan como los grandes horrores de la aventura; me refiero a situaciones aparentemente inofensivas, como inspeccionar un mueble determinado o una ventana, que pueden resultar oportunamente letales y, en última instancia, obligarnos a reiniciar un capítulo entero.

El reparto de actores principales de cada capítulo varía, aunque hay algunas caras que se repiten, como Sophie -siempre que sobreviva- o Daniel, cuya importancia va más allá de una mecánica jugable. Eso sí, la diversidad de habilidades y estadísticas no es especialmente funcional.

Las apariciones de esa Presencia maligna también tienen sus claroscuros. En general, brillan cuando son sustos o elementos que contribuyen a elaborar el entramado de tensiones y de ambientación del título, véase puertas que se mueven, siluetas que se desvanecen, o manos que recorren el desvaído papel de las paredes, pero cuando afronta los segmentos interactivos pierde impacto con relativa velocidad; en parte porque solo da lugar a un par de situaciones jugables, abordables únicamente de una manera concreta, pero también porque en buena medida estos eventos están prefijados por el progreso en la aventura. Al final, todo ello termina provocando que no se puedan explotar correctamente las fortalezas de los personajes, aunque está claro que la atmósfera de tensión está conseguida a las mil maravillas.

A la mecánica de escuchar detrás de las puertas para comprobar si hay peligros se suman la de impedir que la Presencia entre en la habitación en la que nos encontramos, lo que supondría la muerte irremediable del personaje, y la de escondernos; esta última acarrea un pequeño minijuego rítmico en el que habremos de hacer coincidir las pulsaciones con los latidos del corazón del personaje.

Finalmente, en el plano audiovisual,

Song of Horror

presenta, de nuevo, cierta falta de equilibrio: los escenarios están muy detallados, y la escenografía que se consigue con un uso hábil de las cámaras fijas, al más puro estilo de los clásicos

survival horror

, es sencillamente magnífica; no obstante, los rostros, así como las animaciones y algunos efectos visuales están poco cuidados, y a veces lastran las sensaciones generales. La ambientación consigue resistir el desalentador embiste de esos problemas gráficos, en parte por la inclusión de algunas escenas de animación que destilan elegancia, al menos hasta que aparecen las disonancias de rendimiento o los tirones, especialmente si jugamos en un equipo modesto o de gama media, algo incomprensible si atendemos a la extensión de los escenarios y al ritmo pausado de la aventura. En cuanto al sonido, el título de Protocol Games se las arregla con más soltura y configura un apartado de sobresaliente, tanto por los sonidos ambientales, de gran impacto en la atmósfera y en la jugabilidad, como por la música de fondo que nos acompañará en nuestras macabras pesquisas.

En líneas generales, el acabado de los escenarios es mucho mejor que el de los personajes, algo que probablemente tiene que ver con un tortuoso y largo proceso de desarrollo.

Conclusiones

Ha tardado mucho, pero Song of Horror supone una vuelta al survival horror clásico, aunque no sin ciertos claroscuros; a una narrativa lóbrega y repleta de episodios fantasmagóricos, psicológicos y esotéricos se une un plantel de personajes que no termina de brillar, de la misma forma que su desarrollo pausado, exigente y repleto de backtracking lleva aparejado una dificultad a veces injusta y unas mecánicas jugables exiguas y un tanto reiterativas. Triunfa más en la consecución de su atmósfera y en la escenografía que en el resto de áreas, por lo que es más bien una propuesta hecha por y para amantes del género; eso sí, en su terreno está claro que tiene un encanto especial, por lo que puede ser muy recomendable para fans del terror… y en general para jugadores armados con buenas dosis de paciencia.

Redactado por Sergi Bosch (Elite)
Copia digital proporcionada por Dead Good Media.

Original post:

Análisis de
Song of Horror